Introducción...

Nased, una de las ciudades más corruptas de la nación del desierto, está sumida en una guerra de bandas que tiñe sus noches de sangre.
En medio de toda una ola de caos y violencia, los destinos de varias personas se cruzan en torno a la pieza más valiosa del tablero: El Alquimista. Un misterioso médico que ha sido capaz de desarrollar una fórmula única que puede tanto mejorar el mundo y salvar vidas, como condenarlas a la adicción y la deshumanización más absolutas...

domingo, 18 de diciembre de 2016

Alianza de bandas [Marloc]

Marloc sonrió para sus adentros, pero se esforzó en que el gesto no se trasladase a su deforme cara. Luego recordó que su cara tampoco era agradable ni cuando sonreía, pero aún así decidió mantener su gesto habitual: había promovido demasiado el respeto basado en el terror, y había demasiada gente esperando al momento en el que demostrara un momento de debilidad. Tenía la sospecha de que ni las demostraciones más evidentes tenían un efecto permanente: dos mañanas atrás había tenido que ejecutar, de hecho, a uno de sus hombres. Lo había colgado en la plaza del pueblo, como a los demás, para que sirviera de ejemplo: no era cuestión de desaprovechar un cadáver.

Sabía que un gobierno del terror estable exigía un terror creciente. En las calles empezaban a estar acostumbrados a la violencia, y sería cosa de tiempo, más tiempo o menos tiempo, que todo el mundo asumiera su fragilidad en un estado deprimido, y él no quería un gobierno sobre unas personas sin nada que perder. No, necesitaba que tuvieran una esperanza, o inventar nuevas formas de terror.
Aquella misteriosa asesina que la observaba desde el lateral de la calle no parecía tener terror de él. Claro que creyéndose a escondidas todo el mundo era más valiente, y claro que podía sacarla de su error e incluirla en el mundo del terror, pero parecía perfectamente capaz de sacar orgullo de aquella lección y aprender a esconderse mejor. No, a ella no le diría nada, le dejaría creer en su mentira por si algún día tenía la orden de asesinarlo.

Inspiró aire por su maltrecha nariz, y casi agradeció que prácticamente no funcionara. Los servicios públicos habían decaído hasta un mínimo inaceptable, y entre otras cosas hacía mucho que la basura estaba estancada. No quedaban demasiados días antes de que eso se convirtiera en un problema incluso mayor que el de los descarriados y se culpara… bueno, a todo el mundo. Pero el concilio de minería era más visible. Así que en cualquier caso ese olor a inmundicia de la calle no le desagradaba, le recordaba que estaba un paso más cerca de la victoria, o de su muerte. Ambas cosas le parecían bien.

-Vete, pajarillo, a informar -dijo para sus adentros cuando la asesina se escurrió por las calles. Sí le inquietó ver que ninguno de sus hombres parecía haberla visto, pero a fin de cuentas eso era parte del plan. Tendría que darles una lección, en todo caso, para mantenerlos un poco en forma.
-¡Marloc, maldito bastardo! -dijo una voz desde la entrada de la calle poco después-. ¡Ven aquí y habla como una persona decente!

Esa vez sí que sonrió. Se levantó, se aseguró de que la espada saliera bien de la funda y se acercó a la entrada de la calle junto a sus hombres. Se detuvo a diez metros de la vieja guardia, esa élite Najshet que podría disimular, pero cuyas facciones no le pasaban desapercibidas a alguien como él.

-Haled Marek -dijo él, no sin esfuerzo, por las permanentes heridas de su cara-. Al fin te conozco -añadió, despacio, de la única forma que ya podía hablar.
-Podías haber hecho eso en cualquier momento, no tenías que simular un falso contrato para hablar conmigo.
Marloc suspiró y se pensó si no era mejor organizar una buena pelea mortal en ese momento… y le apetecía más que hablar, pero no podía debilitarse ante el concilio de minería.
-¿En tu barrio? -respondió al final-. Oye… me cuesta mucho hablar… me pienso cada palabra, ¿sabes? Hagamos como que ya hemos dicho todo lo obvio, ¿te parece?
-Vete a la mierda, cabrón de media cara -le espetó al asesino.
Suspiró. Quizá una pelea no era tan mala opción después de todo.
-Tengo trabajo para tu banda -tomó aire para pensarse sus siguientes palabras. Le iban a doler de la frente a la garganta, pero más le iba a escocer no decirlas-, especie de miserable rata del desierto. Trata bien a tu cliente, ¿no?
-Yo no trabajo para ti.
-Pues mejor, así no tendré que pagarte, pero empieza a darle un poco a la cabeza, porque… esos mierdas del consejo de minería están a punto de hacerse con todo, ¿entiendes? Tú y yo nunca nos hemos llevado mal porque nos parecemos… pero estos… quieren controlarlo todo. Desde el barrio de los Nasjhet hasta el de los mierdas importadores. Ahora tienen a la familia del médico y van a acabar controlándolo todo, así que hay que hacer… lo que tú y yo sabemos hacer.
-Entonces hazlo tú -propuso Haled.
-Ya lo hice, di el golpe de mano con mi banda. Ahora hace falta que vosotros hagáis vuestra parte de la forma que se os da bien, ya sabes, en las sombras. Hay que darles un golpe muy serio, en todos los cojones.
-¿No quieres al médico?
Marloc bufó.
-De ninguna forma. Las cosas están bien como estaban antes. Bueno, oye, quizá habría sido bueno tener esa idea, pero la tuvieron los del concilio, ¿eh? Si tienen a la familia… no se le puede hacer nada. -Marloc suspiró una vez más. Iba a tener que explicarse, y eso le hacía daño. Odiaba tener que hablar tan despacio-. Oye… o el tipo es un miserable como cualquiera y se queda escondido en un agujero hasta que maten a su mujer y sus hijas… o es un tipo mejor que tú y que yo y cederá al chantaje cuando los del concilio se pongan serios. Si es lo primero… pues ya está, pero si es lo segundo entonces hay que echarle una mano.
-¿Me estás diciendo que mate al médico?

Marloc suspiró. No iba a explicarle que si supiera donde estaba él mismo lo haría con sus propias manos, y que sería una liberación para aquel pobre desdichado que seguramente no encontraba las fuerzas para suicidarse: la única salida razonable, de hecho, para liberar a su familia.
-¿Es que... sabes dónde está? -preguntó al fin.

-No -reconoció.
-Claro que no -repitió él. Eran tres palabras malgastadas, pero sentía que tenía que decirlas.
-¿Entonces a quién quieres que mate?
-¡A nadie, joder! ¿Es que todo lo tenéis que solucionar matando?
-Explícate -solicitó Haled.
Marloc se permitió sonreír. Por fin la conversación exigía pocas palabras.
-Hay un político. Amigo del concilio.
-Y no se puede demostrar ante la justicia harrassiana -especuló Hared-, porque si se pudiera… ya se habría hecho.
-Muy bien.
-Así que quieres que matemos a ese hombre.
Marloc entrecerró los ojos y negó con la cabeza.
-¡Mal!
-Quieres que… ¿secuestremos a su familia? -Marloc realizó círculos con su mano derecha-. Para así organizar un intercambio de rehenes… Extendió una mano con un papel en el que había escrito nombres, descripciones y direcciones. El otro pareció pensárselo, pero finalmente cubrió la distancia que los separaba y lo recogió.
-Que no tenga que ir a tu barrio, ¿eh?

Por Hno. Verion

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