Habib, estaba muerto.
Ahhotep, capturada.
Faruq, descarriándose.
"¿Qué tal si te lamentas únicamente por aquel que es tu amigo?" jugó a decirle la vocecilla más frívola de su ser. "En el fondo lo de los otros dos soluciona un poquito el problema del traidor..."
Laila negó para sus adentros: no podía dejarse controlar por sus temores y defectos. Tenía que mantenerse fiel y centrada.
El problema era que no podía: la culpa la torturaba mucho más que cualquier interrogatorio o castigo vivido.
Porque sabía que ella podría haberlo evitado. Si ella hubiese estado en esa arena, Ahhotep no habría sido traicionada. Y Habib tal vez siguiera con vida.
Pero el miedo a que su oscuridad hubiera supuesto un peligro, no sólo para sí misma sino para el resto, había sido más poderoso que su sentido de la responsabilidad.
Sabía que esa visión bien podría haber desatado a las sombras que habitaban sus entrañas.
Sabía que no ser capaz de controlar la parte más oscura de su ser, podía resultar fatal para todos.
Sabía que había cosas del interior que nunca deberían asomar al exterior.
Pero sabía, también, que eso no era excusa.
Y aún así, ¡maldita sea! ¿Por qué tenía ella que estar en todas partes? ¿Es que no les había dejado claro que ella tenía ya una tarea esa noche? ¿Es que ninguno más podía responsabilizarse? ¿Es que Faruq nunca iba a verla como una adulta capaz de ir sola a algún sitio y defenderse por sí misma? Su lanza habría sido más útil en esas gradas que entre las sombras de los burdeles, ¡joder!
"Sigues siendo tan culpable como los demás, y lo sabes", sentenció la voz de su martirizadora conciencia.
Y no había posibilidad de recurrir el juicio.
Como tampoco parecía haberla de recuperar a Ahhotep.
Y por más que la susodicha pareciera estar más a salvo sufriendo como esclava, que libre junto a ellos, eso no cambiaba los hechos: era culpa suya y, además, en su intento de recuperarla, había tenido que soportar una vez más que, por hábil que fuera en el arte del disfraz, alguien la señalase para recordarla de donde venía.
Era un latigazo de cruda realidad: como furia había nacido, y como furia también moriría.
Y, además de furia, era culpable.
Era tan culpable de todo aquello, como de los muertos de aquel edificio que había ardido ante sus ojos, y que habían tenido la inteligencia de abandonar aquel mismo día.
Tan culpable, como lo era de las muertes con las que Marloc regaba su cosecha de terror sembrada por toda la ciudad.
Y pronto podía ser culpable también de dos cosas más: Una, que Khalik siguiera sin recuperar a su familia. Y dos, que Faruq, poco a poco, pudiera ir dejando de ser Faruq.
Por Hna. Favnia
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